1.
Acabo de recibir mi guitarra de las manos virtuosas de José. Un pequeño que se ha cansado extrayendo sonidos de todas las cuerdas y lados posibles del instrumento. Con mis cinco únicos acordes que me sé, en mis manos, voy donde Angie, que sólo escucha. Le pregunto, si quiere oir, una cumbia, dice sí, una balada, dice sí, un rock, dice sí. ¿Te gustó? ¡dijo sí! El mejor público de todos.
Regreso donde Jojo, que ha armado una pequeña banda musical. Edward, el pequeño de dos años, sostiene una campanita. Su madre, unas campanas más grandes. Jojolete, la armónica. Yo, me uno con la guitarra, hace unos minutos, recuperada. Tocamos. Trin trun tran, sonamos mejor que la banda de "El Chavo del 8". Nos aplaudimos los unos a los otros. La payasa me cuenta acerca de la mamá: dice que es de Cajamarca y un día más. La mamá acota que, si es por La Libertad, son dos días. Ah ya, pero entonces tú eres de Cajamarca y un día más o de La Libertad y un día más. Es que estoy por ahí, entre Cajamarca o la Libertad.
De pronto, en medio de la conversación, escucho una campanita. Es Edward que la agita tímidamente. Ese sonido mueve mis piernas y me hace bailar. El niño ríe. Yo sigo preguntando si La Libertad está a un día o a dos días del lugar de donde vienen. Otra vez la campanita, y zas, otra vez mis piernas se mueven. Edward vuelve a reírse. Jojolete le pide que siga moviendo la campanita, tal vez el sitio donde estoy parado tiene un campo magnético bailarín. Es que cada vez que suena el tilín tilín, me salen pasos de baile. La vueltecita. La de Michael Jackson. El redondito. El arriba-abajo. Edward ya se ríe a carcajadas y nosotros, los clowns, estoy seguro, nos alegramos mucho por eso.
Ya se nos hace tarde. Jojolete, en un acto de magia, recupera su campanita y la mete en su bolso, sin que Edward se dé cuenta. El la busca con sus manitas. Serio. No la encuentra. Ambos lo miramos con los ojos bien abiertos, muy llenos de lo que ha pasado, pero con la necesidad de irnos. Ya casi son las doce. De pronto, Edward agarra una pieza de Lego y la agita. No suena, pero tal vez, se ha contagiado de la campanita, porque me vuelve a hacer bailar y - otra vez - volvemos a sentir sus carcajadas.
2.
Unos minutos más tarde, ya fuera de Oncología Pediátrica, Jojolete me dice: qué paja es ser niño. La miro, como preguntándole. ¿Viste? Se quedó sin campanita y no le importó. Encontró una pieza de lego en su sofá y juaaa, se olvidó de la campanita y siguió jugando. Buscó la manera. Qué paja es ser niño.
3.
No me gustan los cambios. Me estresan. No sólo hablo de la coyuntura política, si no que, en general, me aterra la posibilidad de perder. Dinero. Estatus. Prestigio. Hasta poder. Aveces siento que cuando pierdo algo, me quedo lamiéndome las heridas, restregándome en la tristeza, la amargura y el miedo hacia lo nuevo. Cómo me gustaría, cuando las cosas no me salgan como yo quiero, cuando pierda mis pertenencias, cuando me decepcione a mí mismo, cuando mis proyectos decaigan, cuando mis relaciones se rompan, poder ser como Edward. Tener las fuerzas para entender que perdí algo, estar serio un ratito, y luego, desapegarme de lo obtenido y buscar nuevas maneras de seguir jugando. Con mucha alegría. Tanta, que contagie.
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